I
Cueva negra
hendida por un haz
de luz
del verbo engendrar.
Seca
hasta las ásperas
peñas
que afilan el frío dentro.
Rocas doloridas por un tiempo
estrecho, una rendija
de primavera ausente,
que acaricia las esquinas
de muerte y polvo, lecho
de telarañas.
Así leen ellos el útero
que no desea crear
una vida más
para el mundo hambriento
de cuerpos desmembrados,
máquinas, billetes
restregados en el asfalto
y herederos sin casa,
sueños desheredados,
adoptados huérfanos
de sangre y tiempo,
presente sin precio
en la cara externa de la Tierra.